Poder para aprender, decidir, crear, conectar y liderar.
La vida nos presenta muchas situaciones que nos fuerzan a tomar decisiones. En todos esos momentos, sobre todo cuando enfrentamos algo demandante, la acción de cuestionar y plantearnos interrogaciones puede ser de gran utilidad. Al preguntar podemos analizar, aprender, seguir avanzando y lidiar con la incertidumbre. El reconocido autor Warren Berger, quien se presenta a sí mismo como un “preguntólogo” cree firmemente que las preguntas son aún más importantes que las respuestas. Sin embargo, no se trata de cualquiera. Resalta que deben ser las preguntas correctas; aquellas que apuntan al corazón de la complejidad o que nos permiten ver un viejo problema de manera fresca. “The Book of Beautiful Questions”, una de sus publicaciones más difundidas, presenta historias reveladoras e investigación sobre el poder del cuestionamiento, así como casos de pensadores críticos, innovadores y líderes efectivos.
Hace un par de semanas Berger estuvo en Guatemala, disertando en una conferencia internacional organizada en el Colegio Americano de Guatemala, en conjunto con la organización International American Schools in the Americas, AMISA, y el Colegio Maya. Durante su intervención, presentó algunos hallazgos de las investigaciones que ha hecho sobre el uso de las preguntas en las escuelas, haciendo hincapié en la posibilidad de transformar los salones de clase e impregnarlos de una cultura de curiosidad e indagación. Algo que considera imprescindible para potenciar el proceso de enseñanza-aprendizaje, brindar a los estudiantes herramientas para desarrollarse plenamente y hacer frentes a los desafíos actuales y futuros.
El autor comenzó preguntando a los presentes quién pensaban que era un experto en el arte de hacer preguntas. Concluyó que no se trataba de Einstein, de Sócrates o de otras figuras ampliamente reconocidas, sino de una niña de cuatro años. Señaló que una menor de esa edad, seguida cerca de un varón de los mismos años, es la máquina más ponente para fabricar preguntas. Ellas y ellos hacen entre 100 y 300 preguntas al día. Aunque parece un juego, es un proceso complejo, de alto pensamiento, que requiere tener conciencia de lo que uno no sabe y la ingenuidad de hacer algo al respecto. Preguntarse sobre esos asuntos que les interesan es un proceso muy gratificante que activa áreas de sus cerebros y estimula la curiosidad. Esta última, no es una característica de los niños, sino más bien es una condición, parecida a una picazón, que da lugar a la acción de preguntar, que es su manera de rascarse lo que les “pica”.
Sin embargo, esto sucede hasta que los pequeños son instruidos a parar de rascarse. Al inicio, no tienen renuencia a preguntar sobre cualquier asunto y sobre todas las cosas. ¿Por qué esto, por qué aquello? Su actuación no se ve limitada por el conocimiento acumulado, los sesgos o las suposiciones que existen sobre el mundo, cómo funciona y por qué son las cosas “como son”. Su comportamiento inquisidor comienza a parar rápida y progresivamente. Se estima que cuando los menores llegan a la adolescencia solamente hacen pocas o ninguna pregunta. El miedo, lo que ya saben, los prejuicios, el ser percibidos como arrogantes (o como que quieren llamar la atención) y el tiempo (o la falta del mismo) son los principales cinco enemigos del proceso de cuestionamiento.
Lamentablemente la comezón de la curiosidad es fundamental para la innovación. La disposición a preguntar e idear nuevas rutas se ha vuelto una herramienta de supervivencia en un mundo desafiante y cambiante. Por ello, concluye Warren, los educadores debemos encontrar fórmulas que nos permitan revertir el proceso que hizo que calláramos la voz de esa niña de cuatro años y rescatar sus “superpoderes”. Eso pasa por una diversificación de preguntas que estimulen el pensamiento en las escuelas. Por ejemplo, “¿Te gusta leer?” es una cuestión cerrada que solo da lugar a una respuesta binaria. “¿Por qué te gusta leer?”, “¿Sobre qué cosas te gusta leer?”, “¿Cómo podrías disfrutar más la lectura?” o “Cómo te sentirías cómo hubieses respondido si fueras el personaje X?” son preguntas abiertas que hacen profundizar y abrir posibilidades. La transformación de los salones de clase y del proceso educativo exige hacer frente a las fuerzas que conspiran en contra del extraordinario valor de hacer preguntas. Por ello, los docentes deben generar un clima de aula que modele el cuestionamiento, lo inspire, lo fortalezca y lo celebre.