¿A dónde me conducen mis decisiones?
Hoy, que comenzamos un nuevo semestre, es momento propicio para una reflexión personal. No hay nada mejor al final de una larga jornada que llegar a casa, nuestro refugio. Tener con quien platicar sobre distintos temas, ver cómo nos fue a cada uno, consultar la opinión de alguien a quien amamos, hablar sobre planes futuros, comer juntos, compartir un momento o solamente tener a esa persona cerca. Terminar el día, tal como lo comenzamos, sintiéndonos acompañados y apoyados. Ello intensifica nuestras alegrías, alivia nuestras tristezas y nos da fuerza para encarar los obstáculos que se presenten. Es la energía que necesitamos para comenzar nuevas etapas. Esa compañía da perspectiva y sentido a nuestras vidas. Lamentablemente, a veces lo damos por sentado y no nos percatamos de su tremendo significado.
Hace unos días me compartieron una frase sobre el éxito que me movió la silla y me dio mucho en qué pensar. Se trata de algo que dijo Adam Grant, exitoso autor y profesor de psicología organizacional del Wharton School of Business de la Universidad de Pennsylvania. Grant dice que la última prueba del éxito no es qué tanto se siente uno orgulloso de lo que ha alcanzado, sino si uno se siente orgulloso del ser humano en que se ha convertido. Señala que los logros resaltan nuestras destrezas, mientras que las relaciones revelan nuestros valores. Concluye que, en la de búsqueda de la excelencia, lo que termina definiéndonos es nuestro carácter y lo que hacemos por otros.
¿Cómo nos sitúan nuestras acciones con relación a nuestros seres queridos? ¿Cómo inciden en quienes nos rodean? El autor nos invita a reflexionar sobre los pasos que damos y las decisiones que tomamos. Trátese del ámbito profesional o, más importante aún, de nuestra vida personal, cada paso y cada decisión nos acercan o nos distancian de la persona que deseamos ser. Sin lugar a dudas, no somos infalibles y podemos errar muchas veces, afectando a quienes tenemos más cerca y alejándonos de quien anhelamos ser. Por ello, uno ruega a Dios que le dé entendimiento para reconocer a tiempo cuando uno se ha apartado del buen camino y tomado malas decisiones. Asimismo, que nos de fortaleza para enmendar la plana, con el apoyo de quienes amamos.
Con referencia a este asunto, una colega que se caracteriza por servir como una extraordinaria mentora a futuros científicos, comentó que cuando hacía ejercicios prospectivos con sus estudiantes, les había pedido que “visualizaran qué les gustaría hacer de aquí a diez años”. Sin embargo, luego de leer la reflexión de Grant, piensa que en adelante debería decirles “quien les gustaría ser dentro de diez años”. Los logros son importantes en nuestras trayectorias, pero no son suficientes, ni terminan siendo lo más valioso que tenemos.
Sin lugar a dudas, las personas construimos mucho al avanzar. Podemos tener títulos, ejecutar ambiciosos proyectos, gozar de una vida cómoda o alcanzar metas exigentes. Grant nos ayuda a meditar que todo ello, pese al mérito que conlleva, no es la fuente primaria de nuestra felicidad, ni asegura nuestra tranquilidad. Por ello, la práctica de hacer pausas periódicas en camino es buena, sobre todo si uno lleva prisa. De no hacerlo, podemos meter el pie en más de un hoyo o hacerlo repetidas veces en el mismo sitio. Un alto oportuno nos ayuda a pensar si al llegar al llegar al final de la ruta escogida veremos en el espejo a esa persona que siempre quisimos ser. De pronto, la imagen nos presentará a alguien que nos resulta ajeno. Peor aún, es posible que nos muestre solos, aunque quizás rodeados de cosas que terminan siendo irrelevantes.