Despedimos a un gran amigo.
Conocí al Dr. Eduardo Portocarrero Herrera en el 2000. Cristián Rodríguez y él eran dos de los fiduciarios que se habían integrado más recientemente a la Fundación de la Universidad del Valle de Guatemala –FUVG–. Hacían una mancuerna de lujo. Estaban involucrados de corazón en la puesta en marcha del Colegio Americano del Sur y del Campus de la UVG en Santa Lucía Cotzumalguapa. Posteriormente, a partir del 2002, tuve la buena fortuna y el honor de trabajar aún más estrechamente con Guayo cuando asumió la presidencia de la FUVG, posición que ocupó por siete años. Puso especial esmero en estimular la sinergia entre el Colegio Americano de Guatemala, la UVG y los demás integrantes de nuestra organización. Él fue instrumental para acuñar el término “Grupo Educativo del Valle”, pues anticipaba el impacto que podíamos tener si trabajábamos más unidos. Por ello, en más de una ocasión le hice la broma que éramos el “Grupo Educativo del Guayo”. Bajo su liderazgo se consolidaron las sedes de la universidad en la Costa Sur y en el Altiplano, proyectos a los que él puso especial cariño y atención. Además, emprendimos importantes esfuerzos de expansión y construcción, iniciamos nuevos ciclos de planificación estratégica, establecimos el código de ética del grupo y se echó a andar la unidad de gestión de riesgos. Siempre me impresionaron su dedicación, gran capacidad de trabajo, discreción, compromiso, perseverancia, estructura y organización, entusiasmo y don de gentes. Era de pocas palabras, pero de acciones contundentes. Persona sencilla, serena, sin alardes y sin pretensiones, metódica, confiable y optimista, que guardaba la calma y que, con una sonrisa, tendía puentes entre personas y entidades. Debíamos llegar debidamente preparados a las reuniones, pues aparte de invertir tiempo en las múltiples sesiones de juntas directivas y comités, él había hecho la tarea y leído con detenimiento todos los documentos. Insistía en la importancia de medir el desempeño para mejorar, lo que nos motivó a cambiar muchas dinámicas. Durante su presidencia “cursamos juntos su MBA”: yo le bromeaba que no siguiera estudiando tanto, pues cada semana nos traía un nuevo reto, ya que interiorizaba lo que aprendía y lo ponía en práctica.
Guayo encontraba tiempo para combinar con eficiencia e integridad sus actividades familiares y empresariales, la agricultura y el trabajo de campo que tanto disfrutaba y el servicio en distintas organizaciones. Sus últimos años fueron exigentes y le expusieron a una prolongada enfermedad, que enfrentó con la misma determinación y reserva con que asumía todos sus asuntos privados. Fue un tipazo que encontró su complemento ideal y su fuente de inspiración en Lily, su esposa, quien lo hizo tremendamente feliz y le apoyó en todo lo que emprendió. Siempre le agradeceremos a ella y a sus hijos por todo el tiempo que nos lo prestaron para dedicarse a nuestro Grupo Educativo. Me viene a la mente una conversación que sostuve con Guayo años atrás. Me contó que siendo apenas un niño, perdió a su mamá en Navidad, situación que marcó su vida. Él recordaba con especial afecto que ella tenía cajoncitos donde guardaba recursos para destinar a las múltiples obras y organizaciones que respaldaba. Creo que de ese ejemplo emanaron su solidaridad y enorme generosidad. Hoy, que lloramos su partida, celebramos su vida y agradecemos a Dios haberlo puesto en nuestro camino. En estas Pascuas de Navidad cobran especial significado nuestros seres queridos. Despedimos a un hombre de familia amoroso, un empresario íntegro, un firme creyente en el poder de la educación y un fiduciario visionario. Su legado perdurará por siempre en las generaciones de estudiantes beneficiados del trabajo arduo, generoso y desinteresado de nuestro querido Guayo, un guatemalteco ejemplar.