¿Qué somos para nuestras familias?
Comienzo hoy con algo que luce trivial. Durante la pandemia perdimos muchas cosas de vista, incluso algunas de nuestras preferidas. Una de ellas fue un consentido par de zapatos que estuvo guardado y sin uso varios meses, pues no había a dónde llevarlo. Finalmente, cuando las condiciones lo permitieron, con agradado lo saqué a pasear. Sin embargo, me llevé menuda sorpresa. No había dado muchos pasos en mi lugar de destino cuando dejé tirada parte de la suela. Parece que el encierro jugó una trampa a la goma que la mantenía adherida al resto del zapato. Desconozco si el pegamento se secó, si se humedeció o si extrañó el uso o el contacto con el aire. Lo cierto es que perdió sus cualidades, su capacidad de mantener el zapato íntegro. Aquello que funcionaba bien dejó de hacerlo.
Parto con esta imagen, por un símil que deseo traer a colación. Hace un trío de años, estábamos junto a mi esposa e hijos compartiendo una cena con un grupo de peregrinos a quienes recién habíamos conocido. Pronto la conversación giró a temas personales. Una señora se interesó en saber cómo eran las relaciones en nuestra familia y qué papel jugaba cada quien. Cuando llegó el turno a mi hijo describió primero cómo percibía a su mamá y a su hermana y me dejó en último lugar. Dijo algo que no anticipaba oír. Comentó que yo era como la “goma” que nos mantenía unidos, que era quien lidiaba con potenciales conflictos, tendía puentes y mantenía cohesionado al grupo familiar. Realmente me conmovió que él pensara de mí de esta forma.
Ambas imágenes, la de la goma del zapato y la del hogar, me han dado mucho que pensar. Así como la difícil e incierta situación de salud trajo zozobra y toda clase de impactos, otros males que nos acechan pueden tener similares repercusiones en otros aspectos de nuestras vidas, aún en aquellos que parecen firmes y estables. Nada está garantizado y las cosas terminan, si no las protegemos. Debemos tener sumo cuidado para que la goma no se arruine, que siga cumpliendo su cometido. Cuestionarnos si nuestras acciones y decisiones, así como la atención que prestamos a nuestros seres queridos, contribuyen a que el adhesivo guarde sus propiedades. Sin percatarnos, un mal trato o escoger caminos erróneos pueden hacer que se corra riesgo de dejar tirada otras “suelas”. Solo que ahora, en vez de comprometer una pieza de calzado, podríamos arriesgar una parte fundamental de nuestra existencia.
Uno de los deseos más fuertes de todo corazón humano es alcanzar la felicidad, una paz en donde Dios y la espiritualidad guardan un lugar privilegiado. Disfrutar una vida plena y feliz, ajena a la tristeza y a la amargura. En la homilía del miércoles pasado, el padre Néstor hizo referencia al asunto. Nos llamó a la reflexión de que las personas podemos escoger el camino de la vida o, por el contrario, enfilarnos hacia uno que nos aleja de esa tranquilidad interior. Como dijo, cada quien está llamado a ser motivo de consuelo, de alegría y de esperanza para su familia. Debemos evaluar si en verdad somos fuente de ello. Si nuestras acciones logran que el adhesivo mantenga su poder. Puede ser que nos hayamos desviado de la ruta, que hayamos fisurado la comunicación y nos hayamos distanciado de quienes amamos, perdiendo de vista sus necesidades, inquietudes y sueños.
Hoy 9 de septiembre, un día especial en nuestro hogar, celebro y agradezco a Dios por la bendición que me ha dado con mi familia. Le ruego que nos conserve bien, que me acompañe siempre y que me de fortaleza y sabiduría para asegurar una vida de paz e integridad. Que me ilumine para reaccionar como debo a las distintas épocas de pandemia que merodean, para que las mismas no debiliten la “goma”. Que pueda honrar lo dicho por mi hijo y ser para ellos una fuente de unión. Un motivo de consuelo, alegría y esperanza para la Osa y los patojos.